La (creo que ahora ex-)diputada del PP Ana María Madrazo, en unas Jornadas sobre la Reforma Fiscal Ecológica, Crecimiento y Empleo en la UNED, sacaba a pasear el espantapájaros de la inacción de otros países para justificar la propia. «Puf, si piensa uno en Brasil y China, qué vamos a hacer nosotros…» El pseudocorolario («no hagamos nada») solo se sostiene gracias al negacionismo cotidiano en el que vivimos («no es que crea que no existe el cambio climático, es solo que hago exactamente lo mismo que si lo creyera»).
Pruebo una analogía médica: ¿deja uno de vacunar a sus hijos porque otros puedan no hacerlo? Hay efectivamente quien cree que no debe vacunar a sus hijos, como pueda haber quien crea que no existe calentamiento global, o que no es grave, o que –lo más común, me parece– no tiene por qué hacer nada al respecto. Pero los que «creemos» en las vacunas (por qué puede haber quien no «crea» en ellas es un agrio debate, algo inquietante, en el que ahora no voy a entrar), seguimos vacunando a nuestros hijos.
Y sin embargo la falta de vacunas de otros incrementa el riesgo para todos. ¿Por qué nadie dice «ah, si otros no someten a sus hijos a este riesgo (individual) de la vacuna, yo tampoco lo haré»? Pero el bien (colectivo) del descenso radical en la prevalencia de la enfermedad en cuestión vale la pena. ¿Cuál es la diferencia? Parece que es el aval y «logística» que aportan los organismos de salud pública. Let’s do that.