[Antes de empezar a leer, es importante que vean este pequeño vídeo de 1 minutos 41 segundos]
Cuando preparo algo con el colectivo de arquitectos Zuloark, me resulta difícil resistirme a una norma implícita de este colectivo (el de «los Zulo» y el de su profesión): ser «original» y «creativo». Hablando de la profesión: me parece que esta urgencia algo maníaca por la creatividad les lleva a redescubrir constantemente mediterráneos; por ejemplo, cuando se ponen participativos, como Max Estrella se ponía estupendo, y constatan que la participación ciudadana es un animal poderoso, de complejísima anatomía y difícilmente controlable. Mezclado con unos criterios de juicio poco compartidos y desarrollados (confusión y pobreza de criterios en la que se entrenan en su carrera), esto también lleva a una cierta incapacidad para aprender juntos de la experiencia compartida. Pocas veces el problema al que atendemos es radicalmente nuevo, y pocas veces requiere soluciones radicalmente nuevas. Generalizo, por supuesto. Para decir algo de algún interés seguramente el precio es el de ser injusto en lo concreto.
Pero otras veces sí, sí que merece la pena enfrentarse a las cosas como si la Tierra y nuestro entusiasmo estuvieran intactos, y aquí el desparpajo de los Zuloarkitectos es de gran potencia vitamínica. O más bien son como anabolizantes con algo de LSD. El caso es que teníamos que «actuar» (luego resultó que fue en un pequeño teatro precioso y que dramatizamos bastante la cosa, así que le pueden quitar las comillas) en Zaragoza, en el marco del Urban Outcast Festival. ¿Qué hacemos? Pues algo nuevo, para enfrentarse a un viejo problema que, como tantos viejos problemas que uno tiene, estaba a diez centímetros de mi nariz… pero hacia dentro, hacia el interior del cráneo.
El problema lo había detectado conversando con unas alumnas de Andrés Perea en la UEM. Quizá porque estábamos charlando en la cafetería de mi facultad, me resultó más difícil acusar a los arquitectos, como llevo haciendo desde hace años, de no aprender de sus experimentos, por ser incapaces de registrar la experiencia de sus clientes/usuarios/ciudadanos/
La cuestión es que llevaba mucho tiempo pensando lo mismo. Quiero decir que pensaba las mismas cosas. Como los caminos espontáneos que aparecen en los parques marcando por dónde va la gente realmente, y que tienen ese nombre tan bello de «senderos del deseo» (y que por cierto en Finlandia emplean los urbanistas como indicadores); si pensaba estas cosas, es muy posible que ofrecieran la ruta mental más corta, más cómoda.
Así que planteamos un ejercicio que nos forzara a alterar estas posiciones «dadas por sentadas», a contracorriente de nuestros sesgos cognitivos. Pero, ¿son estos tan poderosos? Desde luego que sí. Como el vídeo que les recomendaba ver (todavía están a tiempo) muestra, literalmente no vemos aquello a lo que no estamos atentos.
¿Cómo hicimos? Definimos nueve afirmaciones sobre la situación, el papel, las capacidades de esa entidad fantasmagórica llamada «el arquitecto». Sobre cada una de ellas, podíamos estar «a favor» o «en contra», claro. Y entonces procedimos a construir argumentos para defender… aquellas con las que estábamos, en principio, en desacuerdo. Y de ese modo la magia (negativa) de los sesgos de confirmación, que hacen desaparecer la evidencia y los argumentos cuando están en contra de nuestra opinión, se volvía a favor del cambio, de la reconsideración. Porque el cerebro es casi igual de bruto y sesgado con una opinión fake que con la de verdad de la buena. De pronto, veía por todas partes información y razonamientos conducentes a afirmar que los arquitectos son cruciales.
Por ejemplo: me tocaba decir que los arquitectos iban a encontrar trabajo. Nada menos. Y ¿qué se (me) hizo evidente? Que nos la jugábamos con ellos. Hasta ahora, hemos tratado el mundo como si estuviera «vacío», en términos de Herman Daly. Desde luego ya no es así, pero las inercias políticas, económicas y culturales no nos facilitan precisamente la tarea de desarrollar las instituciones y formas de vida y pensamiento adecuadas a un «mundo lleno».
¿Qué profesión iba a estar en primera línea en esta marcha hacia los límites? Precisamente una de las encargadas de llenar ese mundo de hormigón, acero, ladrillo y lo que se tercie: los arquitectos. Por lo tanto, serán eso que llaman «el canario en la mina», que con su muerte delataba la presencia de grisú a los mineros: seguramente se trate de la primera profesión que requiere una reinvención casi completa. No es sencillo, pero es posible, por muchas razones que ahora, tras el ejercicio de pensar desde «el otro lado», me parecen verosímiles, incluso evidentes. Entre otras, precisamente porque en su ejercicio y en su formación son una especie de fósil viviente de la época de los artesanos y los aprendices, y porque han mantenido como identidad la primacía de la creatividad y las recompensas intrínsecas («un trabajo bien hecho») frente, o al menos junto a, las materiales. Es decir, que a no ser que los arquitectos empiecen a encontrar trabajo a miles, en miles de proyectos de rehabilitación sostenible, seguramente estaremos siguiendo la ruta del «business as usual» que nos lleva derechitos a la catástrofe.
¿Podemos ver signos de esa dolorosa transición a otra arquitectura? Sí. El mejor ejemplo que conozco es el estándar, o bien llamado «desafío», Living Buildings. Una de sus exigencias para certificar un proyecto: por cada hectárea de desarrollo, una extensión de tierra equivalente lejos del terreno del proyecto debe apartarse en perpetuidad como parte de un intercambio de hábitats. Y así hasta veinte, desde el uso neto de energía cero a un «entorno civilizado», según el cual cada espacio interior ha de tener ventanas practicables que proporcionan acceso al aire fresco y la luz natural. Sí señor. Yo imagino una Escuela de Arquitectura tras otra adoptando Living Buildings como criterio de evaluación de sus Proyectos Fin de Carrera, y me emociono de verdad.
Pero en este post quería más bien destacar la capacidad del método de pensar desde el otro, con el otro. Jonathan Haidt avanzó el modelo de intuicionismo social, heredero de Hume, en su artículo de 2001 sobre el «perro emocional» y su «cola racional» (para dejar claro quién mueve a quién), sobre la relación entre los sistemas 1, rápidos, intuitivos y emocionales (y muchas veces opacos para nosotros mismos), y los sistemas 2, lentos, lógicos y racionales (en términos del magnífico libro del Nobel Kahneman). En una frase brillante, Haidt señala que la razón es el secretario de prensa de emociones e intuiciones. ¿No hay esperanza, pues, para salir de nuestros sesgos? Bueno, se puede recurrir a ejercicios como este que les cuento que hicimos con Zuloark en Zaragoza, y que se basan en esto:
Si la principal dificultad para el razonamiento moral objetivo son los sesgos en la búsqueda de evidencia […], entonces la gente debería aprovechar el vínculo de la persuasión social y conseguir que otras personas les ayuden a mejorar su razonamiento. Buscando compañeros de debate respetados por su sabiduría y apertura de miras, y hablando de la evidencia, la justificación y los matices… (Haidt, 2001, p. 829)
Yo tengo la suerte de contar con buenos amigos arquitectos que se prestan a ejecutar conmigo este complejo baile, en el que el paso fundamental es la confianza. Creo que es, de hecho, el aprendizaje básico de la gran coreografía de una democracia genuina. Pero eso merece otro post.
By the way: los asistentes tuvieron la oportunidad de votar online sobre su (des)acuerdo con nuestras afirmaciones, y estos fueron los resultados (más votos, más grado de acuerdo con la afirmación):
Los arquitectos no conseguirán cambiar las formas de trabajo de la administración: 21
La arquitectura de los palés es un anuncio de lo que será la arquitectura del futuro: 15
La formación del arquitecto nunca le permitirá ser útil: 14
Un arquitecto no sirve de nada para luchar contra el cambio climático: 9
Los arquitectos no van a encontrar trabajo NUNCA JAMÁS: 9
Los arquitectos NO contribuirán a la revolución: 7
Los arquitectos no pueden ayudar a construir un espacio público digno de tal nombre: 6
La arquitectura siempre estará del lado del poder: 6
Los arquitectos no podrán nunca entender a los usuarios: 3