Todos somos negacionistas

Traducción de este artículo de Alice Bell en el Guardian del 6 de diciembre:

Por qué todos somos negacionistas cotidianos del cambio climático

Después de que Donald Trump ganara las elecciones presidenciales estadounidenses del mes pasado, los comentarios más sensacionalistas se apresuraron en declarar que para el planeta era game over. Pero como señaló Al Gore ese fin de semana, «la desesperación es solo otra forma de negacionismo». Sobre esto, tiene toda la razón. Ahora no es el momento de llorar sobre tus gráficos de hielo derretido del Ártico. Eso solo le sirve a la gente que se beneficia de demorar la acción contra el cambio climático.

Y es que el negacionismo climático no es solo algo que hacen otros: gente mala, triste, estúpida. No es un pasatiempo minoritario practicado por el presidente electo y las zonas más raras de Internet. Es común a la mayoría.

Sí, existen esos tipos marginales, en busca de atención, que consideran que negar el cambio climático sin mayor profundidad no es más que un poco de charleta. Ya saben de quién les hablo: ese tipo molesto con el que tu amigo fue a la universidad, los candidatos del Ukip, esos familiares que nos dan un poco de vergüenza.

Luego están los solitarios que lo hacen para hacer amigos. Hay un fuerte elemento social en gran parte del escepticismo climático: conversaciones en hilos de comentarios, debates en foros, encuentros offline. Estos podrían afirmar que no será tan malo, o incluso que tendrá cosas positivas: véase, por ejemplo, la mayoría de los ejecutivos de las petrolíferas.

Otros tienen un amor genuino (aunque distorsionado) por la ciencia. La idea de romper el mito del calentamiento global lleva consigo la atractiva ilusión del genio heroico, ajeno al establishment. No es casual que un grupo de escépticos australiano se denominen a sí mismos Galileo. Se da también un empiricismo estrecho debido a la idea de que si puedes ver nieve, entonces el calentamiento global no puede ser real. Como la catedrática Joanna High le explicó educadamente a Boris Johnson en respuesta a una de sus poco rigurosas columnas periodísticas, el que los científicos sean tan empiricistas es la razón de que se tomen la molestia de examinar un montón de datos… no solo lo que se puede ver por la ventana en un momento dado.

Pero hay un grupo incluso mayor que cualquiera de los anteriores: el resto de nosotros. Probablemente usted esté de acuerdo con que el cambio climático está sucediendo, puede que incluso se haya molestado en reducir la cantidad de carne que come o le haya dado a Greenpeace un euro o dos cuando Rusia encerró a aquellos activistas del Ártico. Pero la mayor parte del tiempo usted evita mirarle a los ojos al cambio climático.

En muchos sentidos, este negacionismo cotidiano es comprensible. El cambio climático es abstracto. Únicamente sabemos de él a través de redes inmensas, complejas, globales y a lo largo de varias generaciones de ciencia interdisciplinar y muy avanzada. Es fácil que se aleje de nuestra mente, incluso si creemos en él.

También da mucho miedo. Una amiga que, hace tiempo, era la persona más ecologista que conocí, abraza fuerte a su hijo y me dice suavemente, lentamente: «Es que no puedo pensar en el cambio climático desde que le tuve». Esto me parece completamente racional.

Pero es este negacionismo climático más bien prosaico el que permite a los Trump del mundo avanzar con sus versiones más extremas. También deja a los políticos y empresas menos extremos librarse del tema, haciendo que el cambio climático siga siendo un asunto de baja prioridad. En el mejor de los casos hace el que asunto quede a un lado, y nos permite imaginar que las empresas solares chinas, Elon Musk, Ivanka Trump o algún otro héroe etéreo nos salvará. En el peor, evita el asunto del todo.

No todo el mundo puede permitirse el lujo de ignorar el cambio climático. Hay gente que ya está sintiéndolo, al hacerse más comunes las sequías, los incendios forestales y las inundaciones. Al ir subiendo poco a poco las temperaturas, nos afectará a cada vez más de nosotros, cada vez de manera más evidente. Los efectos en cadena implican que, además de tener que luchar contra el fuego, el agua y el barro, los alimentos se harán más escasos. Si no distingues el cambio climático en la marea que sube, puede perfectamente que lo sientas en tu estómago. Esto ya está sucediendo. Es posible que la manera en que el cambio climático afectó a los cultivos fuera un factor que contribuyó a la Primavera Árabe.

Pero ahora viene la parte más esperanzadora. El cambio climático tiene lugar gradualmente, y cada fracción de grado Celsius es importante. El informe del mes pasado, que señalaba que estamos ya 1,2ºC por encima de los niveles preindustriales, es malo. Pero 1,2º supone un riesgo menor que 1,5º, que a su vez supone un riesgo menor que 2ºC.

Esto no hace que nos libremos. De hecho, la idea de que 2ºC es por alguna razón seguro es en sí mismo un elemento pernicioso de negacionismo climático. Pero no hay un punto o temperatura concretos a partir del cual todo está perdido. Siempre habra algo por lo que luchar.

Hace algunos años vi cómo un climatólogo, sentado con aire sombrío ante la mesa de una sala de seminarios, balanceando sus piernas, nos dibujaba en voz baja la visión del futuro que le quitaba el sueño por las noches. Su imagen no era la de una distopía desbocada en la que habríamos destruido la Humanidad. Lo que le asustaba era un futuro en el que sí que se actúa sobre el cambio climático, pero solo unos pocos. Unos pocos ricos viven en una cómoda burbuja en la que han logrado aislarse, y todos los demás tiene que enfrentarse a las tormentas. Quizá esos pocos afortunados se dan cuenta del destino de la gente que dejan atrás. O quizá también se aíslen de ello.

Ese futuro es posible. Podría incluso ser probable. Pero no es inevitable. Podemos elegir ver el cambio climático, y podemos elegir hacerlo antes de que sea demasiado tarde. Así que ¿cómo escapamos el atolladero del negacionismo? Resulta que el primer paso no es tan difícil: habla de ello. A tus amigos, familiares, compañeros… incluso a ti mismo. Al hablar del cambio climático, se volverá menos atemorizante. Al hablar de ello, descubriremos soluciones. Y, de manera crucial, será hablando de cambio climático como romperemos el silencio que permite que siga siendo ignorado y no reconocido.

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